Alguna vez había imaginado que Lou Reed podría morirse pero nunca me lo creí del todo. Lo había escuchado tanto en mi juventud que lo tenía incrustado en el alma, en alguna esquina ya un poco perdida. De Lou me gustaba todo, desde su música hasta su borderío. Imagino que al final hizo algunas concesiones pero tampoco he querido saberlo: ya no me interesan los hombres de una sola pieza y las concesiones están a la orden del día en especial si te dedicas al folclore. No cabe pensar otra cosa cuando ves su imagen en todas las pantallas, en todos los telediarios. Me gustaba imaginarlo con su cazadora de cuero, deambulando por ahí con su cámara de fotos. Ya no sé si seguía con la música. Todo eso ha quedado atrás, ya se acabaron los paseos por el lado oscuro. Yo también he podido sobrevivir. Pero el tipo me dejó marcado, ese tatuaje, que no puedo borrar, lo llevo oculto porque a nadie le interesa, salvo que sea alguien muy especial, tan especial que, en realidad, no haga falta enseñarle nada.
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