viernes, 8 de noviembre de 2013

Un paseo sobre el valle donde vivo desde el Jaizkibel

La desembocadura del Bidasoa, la playa de Hendaya, la costa vasco-francesa que se pierde hacia el fondo. La senda sobre el Jaizkibel en primer término.

La montaña aún se escurre de las últimas lluvias.

Homo depredator (setas): no tanto necesidad como afán de no desaprovechar nada, arramblar con todo. Un afán que les impide ver cualquier otra cosa que no sea el objeto de su codicia.

El amor por la montaña se aprecia en estos detalles: proteger, realzar el hilo de agua.

Los que corren por la montaña, gente magra, sufridores.

Un camino de arena y piedras. ¿Arena a trescientos metros de altura? (preguntas para el geólogo).

La torre de Santa Bárbara, construida durante las guerras carlistas

Caminar por la montaña te hace sentirte un primitivo, un hombre antiguo, siquiera de hace medio siglo. Una actividad ideal para escépticos del progreso.

Un bosque aún joven, de castaños y pinos, que deja pasar una buena ración de luz (en Jaizkíbel).

La torre de Erramuz, también de origen y función militar

En el valle, visto desde la montaña, todo parece de juguete: los coches, los trenes, los aviones, las casas, los edificios. Salvo los grandes pabellones industriales todo se aprecia a una escala infantil.


Inscripciones grabadas en la piedra de un dolmen prehistórico: una cruz cristiana, nombres, una fecha (1954, en pleno nacionalcatolicismo); el colmo del mal gusto y la prepotencia.


Una placa de piedra sobre una roca, con el batolito de las Peñas de Aya al fondo: “Paulo, 1982-1993”, y un lauburu.

Las pottokas, de largas crines y panzas abultadas, ingieren yerba y no levantan la cabeza; de vez en cuando sueltan un fuerte resoplido nasal; son totalmente mansas, casi indiferentes a lo que sucede en su entorno; los potrillos muestran el mismo carácter apacible.

En la ermita de Guadalupe, al mediodía, un silencio que resuena en la cabeza, aún aturdida por la caminata sobre las cumbres; afuera, un sol hermoso, las piadas de las aves.

 Mural del pintor Bienabe Artia, en un lateral del santuario de Guadalupe. Reproduce el fallecimiento de Juan Sebastián Elcano. En el testamento del navegante que circunvaló el mundo figura una donación para esta ermita. La inscripción dice: "Testamento de Elcano en la náo Victoria el XXVI de Julio de MDXXVI."

Ibas a pasar de largo pero, finalmente, inducido por uno que deambulaba como tú, has entrado en la ermita. Sin embargo, tu forma de “pasar de largo” ha sido otra: observar el arte, las pinturas murales, el crucificado que cuelga de la bóveda, la Virgen rodeada de su esplendor. No has sido capaz de “recogerte”, siquiera por cinco minutos (en la ermita de Guadalupe)


 El Crucificado pende de la bóveda de la ermita

La Virgen, la Madre, el mito eterno. ¿El mito?

La ruta

El río Bidasoa. Hendaya al otro lado. Hondarribia en éste. El monte Larrún al fondo.

Helechales y castaños, a tono con la estación

Desde la ermita de Gudalupe, en Hondarribia (Guipúzcoa), por el camino de Santiago de la costa, durante cuatro o cinco kilómetros. En dirección a Pasajes, camino a la derecha que asciende hasta el mirador del monte Jaizkibel, y retorno por la cumbre hasta el punto de partida.


Al otro lado de la creta, vistas sobre el mar y la costa vasco-española; el mar que abate un pequeño saliente con un sonido percutivo


No hay comentarios:

Publicar un comentario