En Ura comienza el sendero que recorre la garganta del Mataviejas
La exploración de este espacio natural burgalés me lleva hoy hasta el desfiladero del río Mataviejas, afluente del Arlanza. Tras varios días lluviosos la mañana ha salido agradablemente soleada. Después de Mecerreyes y Puenteura, tras cuatro kilómetros por una carretera estrecha, alcanzo la pequeña localidad de Ura.
Dos aspectos del desfiladero poblado de encinas y sabinas
Dejo el coche a la entrada y atravieso el pueblo. Una mujer que viene con una cesta con nueces me saluda. Hablamos. Aunque es oriunda de Ura emigró a Madrid de joven. Cuando se jubiló de funcionaria, hace cuatro años, se construyó una casa y se vino a vivir al pueblo de su infancia. Aquí deben vivir unas veinte personas, aunque los fines de semana se llena. Los inviernos son duros. Compruebo que no tienen cobertura de internet. Cuando pasamos junto a la casa consistorial me cuenta que el edificio albergó el colegio al que ellas asistió. Luce el escudo de la localidad en la fachada. Me pregunta si conozco un libro relacionado con el desfiladero y termina, como quien no quiere la cosa, vendiéndome un ejemplar. Se trata de El nogueral vencido, de Félix J. Alonso Camarero, con ilustraciones de Gerardo Ibáñez. El autor evoca su niñez inmersa en estos parajes.
Después de Castroceniza el valle se ensancha
El paseo por la garganta es muy agradable. Entre las altas paredes de piedra roja y gris se divisan algunos buitres. Junto al río, que pasa medio oculto, viven poblaciones de sabinas, encinas y un árbol característico de la comarca, el nogal. Abundan las charcas. En la zona se ve bastante gente mayor rebuscando con un palo entre la hojarasca otoñal y recolectando nueces.
Media hora más tarde alcanzo las primeras casas de Castroceniza. Son de adobe y están en ruinas. La callecita es estrecha y alargada. Luego aparecen las casas habitadas. Un perro se entretiene ladrándome y, tras él, surge su dueña. En la puerta de su casa ha puesto nueces y alubias para que se sequen al sol. Atravieso el pueblo y ya no veo a nadie más.
El camino atraviesa el bosque de encinas. Al fondo las Peñas de Cervera
Las Mamblas
Continúo carretera adelante durante un kilómetro. Ahora el valle es muy abierto. Los amarillos, naranjas y ocres del otoño pintan laderas y campos, en contraste con el azul del cielo. Poco después la ruta se interna por el verde oscuro del encinar y empiezo a subir, asunto siempre trabajoso pero ineludible. A media cuesta me detengo, miro atrás y surgen en el horizonte dos grandes lomas que se levantan sobre el paisaje. Son las alargadas cimas planas de las peñas de Cervera. De inmediato siento ganas de caminar sobre ellas. Pero ahora toca continuar el ascenso. Le doy un vistazo a mi ruta y descubro que si continúo recto me ahorro una bajada y la posterior subida. No lo pienso más. Como ya me ha pasado otras veces, deduzco que hay gente que no puede ver una cuesta sin sentir el deseo de subirla. No es mi caso.
En efecto, llegado a una altura no hay más necesidad de ascender. Perfecto. Camino un buen rato por un llano despejado. A la derecha aparecen las Mamblas que hacen honor a su nombre. Según el diccionario la palabra mambla quiere decir “montecillo en forma de teta de mujer”.
Iglesia de Ura
Tras una zona de campos de cultivo aparece el cruce que he de tomar para volver hasta Ura. A su vez es el camino que conduce hasta Covarrubias. Todos estos pueblos, naturalmente, están conectados entre si por caminos ancestrales. Estos caminos suelen tener mucho encanto y sabiduría. Siempre buscan el trazado más cómodo. Ahora atravieso un bosque de quejigos. No hace demasiado que ha sido podado. En los bordes del camino hay pequeños haces de ramas cortadas. Busco una buena sombra entre la espesura y, a falta de una piedra, me siento en el suelo. Doy cuenta de mi almuerzo y permanezco un rato en el lugar escuchando el silencio.
Una de las cuevas que aparecen en el recorrido
Pero no me entretengo demasiado. Quiero aprovechar la luz para, durante el viaje de regreso a Burgos, detenerme en Sarracín. Por la mañana, antes del paseo, he tenido la oportunidad de visitar el palacio de Saldañuela, esa joya renacentista, y ahora quiero asomarme hasta la ermita donde está enterrada Isabel de Osorio -que fuera amante de Felipe II- aunque dudo mucho que esté abierta.
Poco antes de Ura me detengo a contemplar el paisaje desde un mirador. La iglesia de San Martín, que se alza en las afueras, de estilo gótico, es la última visita. Su pila bautismal es del siglo XII. En este enlace puede verse su interior.
*
*
Sobre el topónimo matajudíos y su reciente supresión en el nombre de un pueblo he leído este reciente artículo de Julio Llamazares. La tesis podría aplicarse también al nombre de mataviejas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.