La iglesia de Ubierna y los soportales de la casa consistorial
La niebla. Hora y media en su compañía. Al principio inquieta. Luego acoge. Se parece a la nieve. Siembra el silencio a su alrededor, pero cansa. Es fría. Obstaculiza al sol que uno adivina ahí detrás.
Esta va a ser mi primera ruta por la merindad del Río Ubierna, situada al norte de Burgos, a escasos kilómetros de la capital.
La ruta que sigo comienza en la localidad de Ubierna y asciende al Monteacedo.
Ascenso al Monteacedo, el paisaje cubierto por la niebla
Pero la niebla se empeña en quedarse. Casi no hay paisaje, qué pena. El Monteacedo es un encinar mediterráneo, un paisaje franco, despejado, fragante. Da gusto caminar en soledad por este camino de carros. Por momentos parece que se abre un poco, justo unos rayos de sol a la espalda. El tiempo de ver un gamo que se detiene en la linde del bosque. Me mira. Yo también me detengo. Nos miramos y, en cuanto me muevo, da la vuelta y se pierde en la espesura.
La ruta está perfectamente señalizada. Veo unos aerogeneradores, pero enseguida la niebla vuelve a cernirse y desaparecen. Lástima de paisaje. Hay una plantación de pinos escoltando el camino. En una década esto habrá cambiado mucho, si los pinos prosperan. Un cartel advierte que estoy en la necrópolis de Los Pilones. Pero no hay nada a la vista, porque no ha sido excavada. No lejos hay otra, que visitaré en otra ocasión, llamada La Polera.
Me resulta grato caminar por donde ya andaba la gente en la Edad del Hierro. Me produce una sensación de continuidad, pese al tiempo transcurrido y los abismos culturales y tecnológicos.
El camino carretil que llanea por el Monteacedo recorre un bosque de encinas
Lo que tarda en irse la niebla. Ya empieza a fastidiarme. La única ventaja es que me ahorro la visión de los aerogeneradores. Poco a poco el sol se anima. Tras un giro del camino abandono la cumbre, tan agradablemente llana, y empiezo a descender hacia San Martín de Ubierna, donde arranca el desfiladero del río Rucios que voy a visitar.
A mi izquierda, extensos campos de cereal en las suaves laderas. Un tractor rojo se ocupa de remover la tierra. El trabajo que antes hacían veinte o treinta personas durante días ahora lo hace una con un tractor en una mañana. El tractor va y viene, sube y baja, fatiga un campo y se va al de al lado. De vez en cuando se escucha una explosión. Debe ser alguna cantera.
He llegado al Camino del Sombrío que, en estos momentos está casi intransitable por la maleza y las zarzas. Paso un buen rato abriéndome paso malamente con los bastones. Tras muchas dificultades consigo avanzar. Es una pena este tramo porque la ruta es muy bella. En el mapa veo posteriormente que hay una ruta alternativa por el norte, pero ignoro cuál será su estado. Como no lo limpien en pocos meses este camino será intransitable.
El desfiladero del Rucios, un enclave de gran riqueza ecológico que se ha logrado conservar
Cuando llego a San Martín enfilo el camino que conduce al desfiladero del Rucios, un lugar de gran interés ecológico por haberse mantenido al margen de las carreteras que lo circundan. Una vez pasadas las cuevas, que dejo a un lado porque no soy aficionado a estos agujeros, el camino asciende. Arriba en las rocas veo otro corzo. Se mueve con una agilidad envidiable.
El arroyo baja muy seco así que no hay problema alguno en cruzarlo varias veces. En una de las paredes se ve un nido de alguna rapaz. Los murallones rocosos son impresionantes.
La ruta se eleva hasta la parte alta del cañón por un lado y luego alcanza el otro de tal forma que lo contemplamos por ambos lados. La bajada es bastante empinada. Hay que andar con cuidado. En un paso entre dos rocas veo un pequeño reptil que permanece inmóvil. Le hago una foto procurando no molestarlo y continúo.
De vuelta en San Martín me detengo en un parque junto a la iglesia. Como algo sentado en un banco frente a una gran peña gris salpicada por encinas. La peña se me antoja muy japonesa. Dos perros de una finca me detectan, ladran un rato y luego me vigilan en posición de descanso. Una gata preñada que ronda por el lugar pasa corriendo delante de los canes, fuera de su alcance gracias a una verja. Los perros se ponen como locos y la gata, en cuanto los deja un poco atrás, recupera su andar tranquilo.
Otra imagen del desfiladero
En cuanto
termino vuelvo al camino porque me estoy quedando helado. El sol de noviembre
casi no puede con el aire tan frío. Es el camino antiguo que conecta con
Ubierna. Un agradable paseo. Otros dos perros me saludan al pasar y luego, en
una cerca, saludo yo a un burro. Poco antes de llegar, en un altozano a la
derecha, se divisan las ruinas del antiguo castillo. Poca cosa ya.
Paso junto a
la iglesia, una de cuyas fachadas da a la plaza donde se levanta el
Ayuntamiento y, en unos pasos, alcanzo el punto de partida. Antes de regresar a
Burgos voy a detenerme en Sotopalacios, la capital de la merindad y, si me da
tiempo, en Vivar del Cid.
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El archivo Villanueva. El Archivo Villanueva fue formado en el primer tercio del siglo XX por Eustasio Villanueva Gutiérrez (Villegas, 1875 - Burgos, 1949) relojero de profesión y gran aficionado a la fotografía.