Pasaba por aquí y he aprovechado para calzarme las botas y dar una vuelta por el denominado Bosque Encantado en el parque navarro de Urbasa. Cuando empiezo a subir descubro que hay restos de nieve en el paisaje. Es la primera nieve que veo de cerca este invierno. No le doy mayor importancia.
Al llegar al parking la nieve se ha incrementado pero continúo sin valorarla correctamente. Sólo cuanto doy los primeros pasos me percato de lo incómodo que resulta caminar.
El camino, en permanente ascenso, es bonito (flanqueado por unas hayas soberbias) y está bien señalizado, así que, para cuando quiero darme cuenta ya he andado, mejor o peor, un par de kilómetros. Pero enseguida el camino desaparece bajo la capa de nieve que va cogiendo espesor. Un poco por inercia sigo adelante.
Enseguida dejo de ver la senda, pero me guío tanto por el GPS como por las marcas de pintura en los troncos de los árboles, pues estoy atravesando un bosque muy poblado. Hasta que llega un momento en que descubro lo cansado que resulta avanzar entre la nieve virgen y, además, cuesta arriba. Pero ya es demasiado tarde para darse la vuelta y, como mejor o peor consigo orientarme, tiro para delante de una forma un poco obcecada.
Ahora se trata de llegar hasta la parte más elevada de la ruta, que luego gira a la derecha y comienza a descender, porque uno siempre sospecha que, en cuanto llegue arriba la panorámica merecerá la pena y todo cambiará.
Los pies se me hunden 30 o 40 centímetros en la nieve; cada paso requiere un esfuerzo considerable; hay que tomárselo con calma. Mi mayor preocupación es seguir el camino porque, fuera de él, no sabe uno lo que puede pisar y la existencia de agujeros no es descartable. Clavo el bastón por delante para cerciorarme de que toca suelo. Muy laborioso el asunto. Poco a poco me aproximo al punto más elevado.
Llego jadeando, pero sí, ante mis ojos se abre una bella panorámica, aunque un poco vertiginosa: las cumbres del Aitzgorri, cubiertas de nieve, en primer plazo y allá abajo la localidad de Alsásua. Hago las consabidas fotos, descanso un rato y me dispongo a seguir. Pero ahora la ruta discurre por un terreno que bordea el acantilado y que está plagado de rocas así que la cosa se complica.
El descenso sigue la misma tónica que la subida. Debo tener sumo cuidado con el lugar en que pongo los pies pues ya no hay el menor rastro de camino. Con la diferencia de que ahora voy cuesta abajo y el asunto requiere menos esfuerzo.
A estas alturas estoy tan cansado que lo único que me importa es salir del bosque, llegar a mi vehículo, descansar y comer algo, preferiblemente con un poco de sol encima para entrar en calor. He visto en el mapa que un poco más abajo hay una pista por la que puedo llegar a mi destino sin problemas.
En efecto, ahí está, creo que puedo verla, incluso está un poco más despejada que todo alrededor. Pero hete aquí que, a menos de cincuenta metros de la pista ha aparecido una cerca de alambre (con púas para más señas) que me impide el paso. Es la misma cerca que he cruzado al subir por un paso habilitado al respecto. Ahora, sin embargo, no hay un maldito lugar por donde cruzarla así que no me queda otra que seguirla a la búsqueda de un hueco por donde pasar.
Ando un buen rato junto a las púas (despotricando, debo confesar), sin encontrar forma alguna de pasar este obstáculo. Cuando veo que la anhelada pista se desvía hacia abajo y la dichosa cerca lo hace en dirección contraria, es decir, que me obliga a volver a trepar la cuesta, me prometo a mi mismo llevar unos alicates la próxima vez que salga al campo.
Finalmente tengo suerte y veo que hay un
punto en el que el alambre inferior está suelto, de tal forma que, cuerpo a
tierra, como en las películas de marines, me arrastro para pasar por debajo.
Qué pesadilla. Vuelvo a ponerme la mochila, cojo el camino y, en una hora,
estoy de vuelta en mi vehículo.
El sol está un poco pálido, pero es
suficiente para recuperarme mientras aligero la mochila. Lástima un poco de
vino para acompañar. Pero aún debo conducir hora y media para llegar a casa. La
próxima vez que vea nieve por delante me lo pensaré mejor. Lo que no se puede
discutir es que la nieve, contemplada desde una ventana bien abrigada, es una preciosidad.