Me he interesado hasta por su “cabaña
de pensar” en la Selva Negra. Hay un libro con fotografías sobre ella. También
he visto videos de profesores que intentan explicar la trayectoria intelectual
de este hombre. Me he quedado con la melodía, pero el conjunto de la música se
me escapa por completo.
Ni siquiera su coqueteo con el
nazismo ha terminado de impedir que, de vez en cuando, caiga, una vez más, en
la curiosidad heideggeriana.
En esta ocasión me he asomado a su
estudio sobre Nietzsche, que se titula precisamente así: “Nietzsche” y que ha
publicado Destino. 940 páginas, un tocho. En realidad no se trata de un trabajo
unitario sino de artículos sueltos, lecciones, fragmentos de lecciones sobre mi
querido y admirado Friedrich Nietzsche, autor al que amo y al que vuelvo con
frecuencia desde hace ya bastantes años.
Me he ido al extenso índice y he
seleccionado un par de títulos sugerentes para comenzar mi lectura: “El gran
estilo”, “La embriaguez como estado estético.” Leo un par de páginas y, como
era previsible, no entiendo nada. Peor aún: lo único que entiendo son las citas
de Nietzsche que Heidegger se dispone a comentar. A Nietzsche le entiendo todo,
o casi todo; a Heidegger no le entiendo nada, o casi nada.
Antes de cerrar definitivamente el
grueso volumen advierto que, al final del mismo, hay un glosario de términos
alemanes utilizados por el pensador filonazi. Consulto algunos de ellos. Así
vistos parecen bastante claros, pero, si estoy leyendo una traducción me
pregunto de qué me sirven los términos en alemán.
Puede que tal vez lo que me fascina
de Heidegger sea la autoestima estratosférica que debe hacer falta para
escribir de forma tan críptica. En esto, sin duda, debió ser un campeón.
También me admira su “éxito” y el hecho de que, al parecer, algunas personas no
sólo entiendan lo que dice sino que, además, escriban libros sobre ello.