viernes, 24 de mayo de 2019

Cuarenta aniversario en el campus-Pintura al fin-La Taconera


Viajo a Pamplona para celebrar el cuarenta aniversario de nuestra licenciatura en Ciencias de la Información. Me da un poco de vértigo este salto en el tiempo.

Cómo ha crecido la Universidad en estos años. El rato que dedicamos a visitarla, casi dos horas, no ha sido suficiente para ponernos al día. El campus, como siempre, primorosamente cuidado y encantador, con los grandes chopos y la vegetación sabiamente distribuida, sin barroquismo alguno, con una sobriedad exquisita. Salta a la vista que se ha incrementado considerablemente la seguridad. En todos los edificios hay torniquetes a la entrada y un guarda/bedel.
       Llego tarde a la misa (se me ha escapado un autobús porque andaba desorientado), oficiada por dos compañeros periodistas reconvertidos en curas, y en recuerdo de tres compañeros ya fallecidos. Me atrevería a decir que es la primera vez que pongo un pie en el bonito y recogido Oratorio. El cura oficia de espaldas, lo que no me disgusta. Un compañero me susurra que la misa debería volver al latín. Creo que sería una experiencia interesante, aunque yo no soy el más indicado para opinar sobre este asunto.
       La facultad de Ciencias de la Información, en consonancia con los tiempos, ahora se llama de Comunicación y tiene un edificio propio, obra del arquitecto Ignacio Vicens. Es un edificio un poco bunkerizado de aspecto, aunque de formas muy estilizadas, y que mejora en su interior. Adolece quizá de un déficit de luz natural. Los largos corredores, poco concurridos en esta mañana de sábado, me recuerdan a algunas imágenes del cine de Antonioni.
       La emisora Radio Universidad de Navarra, que vistamos, ya no funciona como emisora universitaria digital. Al parecer surgieron problemas con la Administración local y, para evitar fricciones, los responsables decidieron prescindir de ella. La que sí continúa es la revista Nuestro Tiempo, con un formato algo mayor del que conocí cuando entonces.
       El interior del Edificio de Amigos, que alberga Economía y Derecho, si no recuerdo mal, es mucho más amable y alegre. La verdad es que voy charlando con antiguos compañeros y tampoco puedo fijarme demasiado. Ahora mismo ya no recuerdo si el bonito vestíbulo enladrillado, con un toque artesanal y la vivacidad del color, pertenece a este edificio o al siguiente que visitamos, el Museo de Arte Contemporáneo, del siempre interesante y estiloso Rafael Moneo.
       El museo tiene un mirador desde el que se contempla una gran parte del campus y, al fondo, algunas cimas montañosas. No llegamos a ver la exposición, aunque sí un auditorio de gran capacidad.
       La visita concluye en el Faustino, la emblemática cafetería del no menos emblemático Edificio Central. En ambos parece como si el tiempo se hubiera estancado. Apenas hay cambios. Las mismas mesas y sillas de sólida madera; las mismas vigas, la misma armazón en las alturas. La juventud que ha pasado por aquí en cuarenta años parece haberle contagiado una eterna lozanía.
       Tanto al ir como al venir he utilizado el autobús de línea, conocido como la Villavesa. ¡Cómo ha cambiado el trayecto! A la vuelta nos hemos cruzado con un microbús blanco en el que ponía: “Santa Clara”, el colegio mayor femenino con el que compartíamos autobús los residentes en la entonces residencia universitaria Verbo Divino, hoy reconvertida en ikastola, si no recuerdo mal. La visión ha sido tan rápida que no me ha dado tiempo a sacar el móvil para enviarle una foto a mi amigo Emilio, contertulio en aquellos viajes tan amenos.



El encuentro con mis antiguos compañeros ha desbordado mis previsiones. He encontrado a la gente animosa, muy cordial, con ganas de vivir. Creo que la madurez nos ha sentado bien y que el tiempo transcurrido no ha sido en vano. Algunos ya están jubilados; otros siguen en la brecha. Creo que como generación hemos cumplido con honestidad y dedicación. Ahora todos vemos con un poco de pena el estado lastimoso de la profesión, su presente y su futuro inciertos, pero ya poco más podemos hacer.
       La mayoría tenemos hijos; no pocos, nietos. Verifico que muchos hijos, con sus títulos universitarios bajo el brazo, se han tenido que ir a trabajar al extranjero, aunque hoy, en muchos casos, el extranjero sólo sea un aeropuerto y un nuevo idioma, lo que tampoco es un regalo.
       Luego cada uno sigue siendo cada uno, naturalmente, que el carácter no cambia demasiado. Pero la vida, la experiencia, nos van puliendo, casi siempre para mejor.


Para cuando terminamos la copa tranquila en el hotel Guendulain ya es de noche y llovizna, lo que ha elevado un poco la temperatura. Es hora de comer algo, pero las calles y bares en torno a la plaza del Castillo están abarrotadas. Por fin conseguimos hacernos un hueco en el Otano, un clásico. Ya es tarde, pero nos atienden bien: tapas y algún bocadillo. Cuando damos cuenta de unos chupitos de pacharán a los que nos han invitado, empiezan a despejar el mostrador de platos y el espacio de mesas. De pronto elevan el volumen de la música, que es un reguetón, y la iluminación pasa a modo disco. Al salir observamos que en los bares de alrededor se ha producido la misma transformación. La optimización de recursos es extraordinaria. Sigue la llovizna. Me despido. Doy un paseo hasta el hotel. El día ha sido muy largo, estoy agotado.


Me ha sorprendido la reunión, tanto a mí como a los otros. Cada uno acudía con sus ideas preconcebidas y, al juntarnos, hemos descubierto que, después de cuatro décadas de ausencia, teníamos muchas cosas en común y, lo más importante, flotaba mucho cariño en el ambiente. De alguna forma también nos hemos reconciliado con nuestro pasado, con nuestra juventud. O al menos yo lo he sentido así.
       No sé si puede hablarse de una cierta solidaridad generacional que, en este caso nuestro, se extiende también a unas experiencias profesionales comunes. No hemos sido una generación con demasiado poder. Eso ha quedado para nuestros hermanos mayores, los de mayo del 68. Esos sí que cogieron el poder con ganas y aún lo están soltanto a regañadientes.
       No quiero decir que nosotros no hayamos sido también salpicados por mayo del 68, ni por las veleidades maoístas, pero de otra manera, más lejana, menos enfática. Al fin y al cabo, cuando Franco murió aún nos quedaba bastante juventud por delante. No sufrimos la dictadura tan intensa ni extensamente como nuestros hermanos mayores, que al final a duras penas pudieron recuperarse de una juventud reprimida hasta la náusea, en todos los sentidos. Aunque, desde luego, tampoco ellos sufrieron como nuestros padres.
       Puede que, finalmente, hayamos descubierto algo trascendental, algo que Aldous Huxley dejó tan bien dicho; “Nuestra finalidad es descubrir que siempre hemos estado donde debíamos estar.”





La noche en el hotel Yoldi ha sido tranquila. Poco después de las ocho ya estaba de nuevo en la calle. Esta vez con un buen sol en el cielo. La recepcionista satisface mi curiosidad respecto al hotel. Fue construido en los años 40 y, en efecto, Hemingway lo cita en Fiesta. Durante décadas ha sido el hotel de los toreros que venían a la feria de San Fermín. Ahora ya hay demasiada gente y prefieren alojarse en las afueras.
       Estoy en la calle San Ignacio y enseguida me topo con el monumento a Ignacio de Loyola, que es copia en bronce y piedra del realizado en 1907 por Joan Flotats. Representa, de forma realista, la llegada a su casa de Azpeitia del futuro santo, tras ser herido en una pierna durante la defensa del castillo de Pamplona en 1521. Es un grupo muy expresivo, con dos camilleros transportando al herido, un soldado asistiendole y un perro recostado a los pies.
       El guipuzcoano Iñigo López de Loyola era capitán de las tropas españolas que defendía la ciudad frente a las tropas navarras aliadas con tropas francesas. Navarra había sido conquistada por Castilla unos años antes, en 1512.

Hace fresco y me dejo llevar por las calles más soleadas. En el paseo de Sarasate entro en la cafetería Valor y me quedo un buen rato desayunando, tomando notas y dejando que el sol temple la mañana. En el Diario de Navarra leo que en el Hotel Tres Reyes hay una gran exposición de la galería de arte Lorenart, especializada en arte vasco. Poco después de las once estoy visitándola.


Formidable la exposición de Lorenart. La he disfrutado intensamente. Para un aficionado de provincias como yo, la pintura -al menos la pintura de un cierto nivel- se ha convertido casi en misión imposible. Uno puede atiborrarse de vídeos (como si para ver vídeos hiciera falta acudir a una sala de exposiciones), instalaciones, performances y otras expresiones, pero pintura poquita y malucha.
       Según entro, un par de grandes lienzos de Joaquín Mir que son un prodigio de color y textura. Casi sin transición aparece el retrato de una joven en blanco y rosa, con un fondo de verdes y una cesta con frutas, de Raimundo de Madrazo: qué finura, ingenuidad y buen hacer. Darío de Regoyos, que tanto pintó, tiene varias obras; la de La Concha de San Sebastián al anochecer con su juego de oscuridad y sabias pinceladas de las últimas luces, me la llevaría sin envolver; igual que la del sobrio y elegante puente de Santa Catalina, mi puente preferido de San Sebastián, también al anochecer.

       La sutileza de Carmen Laffon, con esos paisajes que, a fuerza de luz, parecen ingrávidos. Los lienzos siempre interesantes de Aurelio Arteta, con el autorretrato de juventud, gorra y pajarita. Zuloaga está representado con un par de retratos femeninos, uno de ellos sobre una paleta. El gran Ricardo Baroja, con, entre otros, una pareja de pastor con una niña, de miradas alucinadas, conduciendo su rebaño entre la nieve. Menchu Gal y su muy bella vista de Fuenterrabía.
       Un par de Mirós, Montañas y pájaro en la noche y otro, salpicado de gotas, que más parece obra china que catalana. Jorge Oteiza está muy representado; cuanta más pequeña la pieza más me gusta, aunque parece que a él le iban más las grandilocuencias.
       Hasta un Ramiro Arrúe, una vista de San Juan de Luz, puede verse. Y otros muchos como el infatigable Sorolla, Nonell, Iturrino, Benjamín Palencia, Rafols Casamada…
       Una cosa es segura. En cuanto se me ponga a tiro alguna otra exposición de la galería Lorenart, allá estaré.


Cuando salgo del Tres Reyes la mañana es espléndida. Simplemente me dejo llevar hasta el magnífico parque de La Taconera, el más antiguo de la ciudad, aquí al lado. Aún no hay demasiada gente. Se alternan las zonas de luz con las de sombra lo que produce un efecto encantador. Me detengo ante cualquier detalle por el gusto de contemplarlo todo y de dejarme estar. No tengo prisa alguna. Camino al azar, guiado por el sol primaveral, que me lleva hasta los fosos amurallados, donde viven las aves, tan alborotadoras y variadas. Hay de todo aquí. Cada especie a sus cosas y, a tono con la estación, mucho cortejo amoroso.
       Me detengo antes varias monumentos, el del tenor Gallarre, el del músico Hilarión Eslava, en la escultura de la ninfa Mariblanca. Me conformo con lo que me sale al paso. No busco nada y prácticamente lo veo todo.
       Luego me detengo en un banco al sol y llamo a mi madre para felicitarla por el Día de la Madre. Le sorprende, porque en mi familia no somos demasiado efusivos. Me dice que en su familia de origen nunca se celebraba el Día de la Madre, sólo el del Padre. Bueno, le digo, ya va siendo hora de empezar. Tiene 90 años.
       En un banco al sol contemplo el cielo, tan azul, y me llega el estruendo que montan las aves allá abajo. Justo enfrente, bajo unos árboles, descansan los ciervos. Escribo un poemita para celebrar el momento.

Repican las campanas,
alborotan las aves del parque,
una cigüeña cruza el azul.


San Nicolás. Al venir he pasado por la iglesia de San Nicolás, que es una iglesia-fortaleza del siglo XII, luego desmantelada de sus elementos militares, pero que conserva trazas cistercienses. Pero no he entrado porque en ese momento se celebraba una misa y he postergado la visita. Lo hago ahora y, cuando entro, observo que el templo está abarrotado, porque se celebran unas primeras comuniones. Pero como ya no dispongo de más tiempo entro.
       Los comulgantes (una docena) están distribuidos a ambos lados del altar, alrededor del oficiante. Este, con un tonito algo condescendiente, les está sometiendo a un tercer grado sobre sus conocimientos de la doctrina cristiana. Lanza preguntas y, a continuación, le pasan el micrófono a uno de los niños y contesta escuetamente. El cura apostilla con algún retintín, en un tono entre levemente irritante y humorístico. Los niños contestan como pueden y como recuerdan. Todo un pelín impostado. Yo me doy la vuelta de rigor por las naves laterales. Antes de salir observo los restos de unas pinturas del siglo XIV de las que queda poca cosa.

*

La clave del periodismo, ahora que lo pienso, estaba en el nombre de las dos asignaturas del tercer curso, esas que tanta fatiga nos dieron: “Empresa periodística” y “Derecho a la información”. Lo que debería ser una dialéctica permanente entre la una y la otra, ha venido a parar en una victoria aplastante de la primera sobre la segunda; la empresa sobre el derecho.


7 comentarios:

  1. Bonitos cuadros ha estado viendo usted.
    A lo mejor la frase de Huxley tiene un significado profundo que se nos escapa a los patosos, pero ¿cómo va a ser nuestra finalidad descubrir que siempre hemos estado donde debíamos, si a lo mejor -a lo peor- no hemos estado? Como mucho nuestra finalidad sería descubrir SI hemos estado donde deberíamos. ¿No serán retóricas literarias muy quedonas que no dicen mucho?

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  2. Comprendo que la cita no está al alcance de cualquiera, pero siga intentándolo.

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  3. Perdone, Juan Luis. Sí, he seguido intentándolo, según el consejo, pero cualquiera sabe. A ver, ¿querrá Huxley decir que en realidad siempre hemos estado donde nos corresponde estar de acuerdo a nuestros condicionantes y a nuestros méritos? ¿Que son inútiles y condenados al fracaso todos los intentos de elevación y de evasión, de resistencia o de cambio? Un anglo-fatalismo quizás del gusto de Kipling.

    ¿Cree usted que me he acercado algo? ¿Observa algún progreso? Vamos, vamos, sea generoso. No atesore sus interpretaciones. Gracias, Danke schön.

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  4. Progresa usted adecuadamente, señor Anónimo. Parece que no es tan daltónico espiritual como me temía en un principio. De todas maneras, su tono de maestro laico resabidillo no le ayuda demasiado. Le recomiendo que lea "La filosofía perenne", del citado Huxley. Puede que le ayude a ampliar su visión materialista de la existencia. De todas formas, si su daltonismo es muy agudo puede que nunca logre distinguir algún color. En cualquier caso ello no será debido a que no se ha esforzado, ni a alguna falta de voluntad, sino a que usted no está diseñado para ello.

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  5. Gracias,Juan Luis, por la respuesta y por la evaluación. Es curioso por qué vericuetos extraños la espiritualidad puede llevar al fatalismo más irremediable. Aunque dadas las inclinaciones de Huxley a los psicotrópicos, quizás no hay motivo de extrañeza. Uno es ateo materialista, y en consecuencia determinista en el sentido habitual de las Ciencias, pero nunca habría caído en un "estaba escrito", y menos aún en "no está diseñado para ello". Los chicos de "la Manada", a lo mejor "no estaban diseñados para ello", en concrero para el Bien. Yo creo en los condicionantes, a la vista están, pero entre ellos también figuran las exhortaciones, los ejemplos, el lenguaje ético.
    En todo caso, gracias de nuevo, y también enhorabuena, pues ni el 1% de los humanos habría sido capaz de deducir todo lo que deduce sobre mí a partir de diez escuetos renglones de texto. Maestro, laico, resabidillo, daltónico mental.... Y acertando. ¡Es un récord, qué suerte!

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  6. No creo que usted sea daltónico “mental”, pero sí espiritual, como corresponde a su declarado ateísmo. La relación entre espiritualidad y fatalismo no es del todo correcta. La espiritualidad se relaciona más bien con la aceptación. Desde el momento en que el ser humano es libre de hacer o de no hacer quizá el término fatalismo no sea adecuado. El problema es que esa libertad también es relativa porque quién sabe si hacemos o dejamos de hacer porque estamos predispuestos a ello por un “diseño” previo.
    Sobre los psicotrópicos qué quiere que le diga. Es un argumento un poco pueril, sin ánimo de ofender. Aunque es muy probable que también ayuden a comprender algunas cosas. No seré yo quien los cuestione. En mi texto hablaba de algunos matices generacionales que también podrían tener alguna relación con determinadas búsquedas espirituales, algo que parece estar vedado a nuestros “hermanos mayores”. Tal vez usted sea uno de ellos. Pero no quiero especular más respecto a su enigmática personalidad. Si no quiere desvelarla tendrá sus razones. Sólo espero que sean razones con alguna consistencia, más allá de tediosos juegos de máscaras.
    Bonne soirée, señor Anónimo.


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  7. Nada de juegos de máscaras, Monsieur le Blogueur. Mi nombre real y legal -por cierto, otra máscara- le diría aún menos que la palabra "Anónimo".
    "No multiplicar las entidades sin necesidad" es mi forma preferida de expresar aquella máxima, la navaja de Ockam, que tanto conocimiento bien fundado ha traído a la Humanidad. Más poética fue la respuesta de Pierre-Simon de Laplace a Napoleón cuando este le inquirió por qué no aparecía Dios en su Mecánica Celeste: "Sire, je n'ai pas eu besoin de cette hypothèse". De modo que si el ateísmo se ve como una suerte de daltonismo, el teísmo se percibe desde las filas de enfrente como mera alucinación, ver lo que no hay, ni se necesita. Multiplicación gratuita de las entidades. Y este ver lo que no hay nos lleva de nuevo a los psicotrópicos, que pueden estar muy bien SIEMPRE QUE no se olvide bajo qué efectos estamos. Percibir serpientes cetrinas allá donde un rato antes sólo había una pared blanca es divertido. Pero los estados mentales que son fruto de compuestos químicos deberían dar que pensar. (Por otra parte, TODOS los estados mentales son fruto de sustancias químicas corporales).
    En cuanto a ese hinduismo de "la Aceptación" o el Nirvana, creo que siempre lo he valorado como se merece respecto a la enfermedad, la muerte y las infinitas desgracias ineludibles de la condición humana. Sin embargo, demasiados millones de personas padecen hoy en día una aceptación IMPUESTA de condiciones de vida absolutamente deplorables. Y hay el peligro grave de igualar aceptación con resignación.
    En fin, gentil blogueur, ha sido una conversación grata, pero me despido con la impresión de que intercambios de pareceres como estos han tenido lugar miles de veces en miles de sitios. El ser humano tiene mucha historia a sus espaldas, y está ya cansado y de vuelta. Sin generalizar, bien entendu.

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