lunes, 20 de mayo de 2019

Ignacio Carrión, la escritura hasta el último aliento




Cuando termino la lectura de este libro -una lectura dolorosa, nada fácil- me pregunto: ¿Por qué y para qué se somete un hombre a semejante tortura? ¿Tuvo el autor elección? ¿La tenemos los hombres? Obviamente, no tengo las respuestas.

Esta es la entrega póstuma de los Diarios del escritor y periodista Ignacio Carrión. Comenzó el ciclo con un volumen de mil páginas, La hierba crece despacio (1961-2001). Luego llegaron Molestia Aparte I (2001-2005), Molestia Aparte II (2006-2010) y Diarios (2011-2015).

El periodista Carlos García Santa Cecilia cuenta en el prólogo cómo fueron los comienzos de este dilatado Diario que ahora concluye. A los 23 años Ignacio Carrión, hijo de una acaudalada familia de terratenientes de la huerta levantina, fue enviado a psicoanalizarse a Viena, a la clínica del doctor Viktor Frankl, discípulo de Freud. Le diagnosticaron “una típica histeria, sugestionabilidad propia de personalidades débiles e influenciables.” Su escritura diarística nace “de una prescripción médica, o de una reacción a ella”, señala el prologuista.

Ignacio Carrión falleció el 8 de octubre de 2016. Un año antes se le diagnosticó un cáncer de pulmón. Este libro es el Diario de su enfermedad y su tratamiento. Según Chus Duato, su compañera inseparable hasta el final, y psicoanalista de profesión, el autor escribió de su mano hasta que, cuatro días antes de su muerte, se vio obligado a dictar.

Carrión ha pasado cuatro meses internado en el Instituto Valenciano de Oncología (IVO). Luego ha entrado y salido del hospital en numerosas ocasiones, se ha sometido a infinitas pruebas, unas dolorosas y otras menos. Ha pasado por diferentes tratamientos; quimio, radio, etc. En su mayor parte con consecuencias devastadoras. La pregunta es obvia: ¿Ha merecido la pena? Esta que sigue es una de las cuestiones candentes del libro y la pregunta que el lector no puede evitar hacerse.

“En algún lugar de La hierba crece despacio escribí que si algún día se me diagnosticaba un cáncer mi decisión tendría que ser ponerme delante de un árbol sentado en una silla de enea y esperar que la enfermedad siguiera su ritmo sin ninguna oposición por mi parte.”

“Pero entonces no estaba Chus en mi vida, o si estaba no lo estaba como ahora.” “Ella lucha con ahínco por los dos.”

“Sólo porque ella existe [Chus] y sé lo mucho que me ama y que yo la amo, me alejaré de este deseo [el suicidio]... Sería una traición a nuestro pacto de vivir hasta el final juntos sean cuales sean las circunstancias de ese final.”

La decisión es clara, pese a los planteamientos teóricos iniciales. La vida sigue y, con ella, la enfermedad y su tratamiento. El desaliento, la depresión, como es natural ante semejante acumulación de dolor y sufrimiento, está siempre presente.

“Si antes pensaba varias veces/dia en la muerte, ahora no puedo dejar de hacerlo constantemente.”

Cada nueva prueba es un sufrimiento. La esperanza se achica cada día.

“Un futuro que por breve que sea se presenta como una montaña que me siento incapaz de escalar”. “La depresión se hizo crónica.”

“Se repite la pauta de los efectos de cada sesión de quimio: 3 días para el arrastre. Que la comida y hasta el agua me repugnen todavía debe ser normal en el protocolo de la terapia del cáncer.”

Aún tiene humor y ganas como para anotar algo sobre la situación política, algo siempre presente en las notas de Carrión.

“Ganó el PP.
Más tiempo la misma mierda.”

El mismo es consciente de que “el diario se hace reiterativo y claustrofóbico.” “¿Para qué, para quién detallo el dolor?” No podía ser de otra manera.

Una y otra vez anota que es el amor y los cuidados de su compañera los que le sostienen. Y también la escritura. Le llegan buenas noticias: “Este año se han publicado tres libros míos y está a punto de aparecer el cuarto”.

Carrión fue escritor hasta el último aliento. Siguió con sus anotaciones. Corrigió pruebas. Escribió mensajes. Sin diuda, es admirable.

Aún le queda algún destello de humor en su escritura, pero es más bien un humor semántico.

No faltan los autorreproches, algunos de una dureza tremenda:

“Qué mal lo tratamos [a su padre] mis hermanos y yo al final de su vida.” “Por eso pienso tanto en él… la culpa y los remordimientos me corroen”. “Si existe un cáncer bien merecido es el mío. Lo llevaba en el cuerpo desde la muerte de mi padre.”

Diarreas. Estreñimiento. Morfina. Insomnio. Inapetencia. Sesiones de quimio. Sesiones de radio. Silla de ruedas. Metástasis en el hígado...

“Noche interminable. Sucesión de pesadillas.”

“Pero imaginar la muerte como solución a todos estos males me aterra.” “Estoy más tiempo en la muerte que en la vida.”

“No me encuentro en condiciones de sostener el peso del cuaderno.”

Algún pequeño detalle que recuerda cuando en El País le llamaban Lord Carrión: “...la pluma (Montblanc M-149), el móvil (Iohone I-6)”

Siempre la escritura. El penúltimo día: “Hoy tendría que ser el último día para pararme, pero sigo escribiendo.”

“Mi escritura ya está.
Y gracias a ella he vivido.
No creo que mi escritura sea relevante pero es mía.
Si no la imprimen,
aún está ahí.”

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Ignacio Carrión, Diario último (2016), Renacimiento 2018., 255 págs.

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