La gata está esterilizada y es de carácter tímido, porque los animales, como las personas, tienen cada uno su propio carácter. Ha pasado la mayor parte del invierno, en completa soledad, metida en su txoko, sobre una silla del porche.
Ahora, cuando sale el sol, se anima a pasear un poco más. Apenas entra en casa porque el perro Tobías le intimida. No tiene ningún problema con los erizos, que también viven en el jardín, pero los pájaros si lo tienen con ella; y las lagartijas. Es una gata muy cazadora, quizá porque aún es bastante joven.
Yo estoy enamorado de ella y, cuando desaparece más tiempo del habitual, lo paso fatal. Hace unos días me llevé un susto tremendo, porque cerca de casa vi un gato atropellado y desfigurado que tenía el mismo manto que ella. Al principio pensé que no era ella, porque no era su territorio, pero luego pensé “¿Quién sabe por donde puede deambular un gato?” Cuando volví del paseo ya habían retirado el cadáver de la acera.
El caso es que pasaban las horas y Zumbita, que así se llama la gata, no aparecía. Se me metió en la cabeza que el gato atropellado era ella y estuve un buen rato en un sinvivir. Cuando finalmente volví a verla, enroscada en su cojín, se me saltaban las lágrimas. Aunque la calle no es muy transitada, me da pánico que algún coche pueda atropellarla. Por eso prefiero que salga de noche, como a ella le gusta.
Muchas veces, cuando le veo dormitar en su cojín, pienso en lo sola que está. Sin embargo, tampoco es mala vida la suya. Una gata entera, con preñeces frecuentes de media docena de cachorros cada una, que tiene que sacar adelante ella sola, porque los machos se desentienden totalmente, es una esclava.
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Una saharaui. En la sala de espera del médico, a primera hora, saludo a una joven musulmana, con su pañuelo en la cabeza y un vestido largo, florido y colorista. Cuando descubro que habla un perfecto castellano le pregunto de donde es. “Del Sahara”, me contesta. “¿De Marruecos?” “No”. “¿De Argelia?” “Tampoco”, dice con una gran sonrisa. “Del Sahara”, insiste ella. Entonces caigo: se trata del antiguo Sahara español, vergonzosamente abandonado por España, e invadido por Marruecos, durante la llamada Marcha Verde tras la muerte de Franco.
Muchas veces, cuando le veo dormitar en su cojín, pienso en lo sola que está. Sin embargo, tampoco es mala vida la suya. Una gata entera, con preñeces frecuentes de media docena de cachorros cada una, que tiene que sacar adelante ella sola, porque los machos se desentienden totalmente, es una esclava.
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Una saharaui. En la sala de espera del médico, a primera hora, saludo a una joven musulmana, con su pañuelo en la cabeza y un vestido largo, florido y colorista. Cuando descubro que habla un perfecto castellano le pregunto de donde es. “Del Sahara”, me contesta. “¿De Marruecos?” “No”. “¿De Argelia?” “Tampoco”, dice con una gran sonrisa. “Del Sahara”, insiste ella. Entonces caigo: se trata del antiguo Sahara español, vergonzosamente abandonado por España, e invadido por Marruecos, durante la llamada Marcha Verde tras la muerte de Franco.
Llegó a las islas Canarias cuando tenía un año y medio, pero nació en Villa Cisneros. Cuando habla de su país natal se le transparenta un punto de tristeza. “Es un gran territorio, rico en pesca y con bellas playas.” Es una mujer atractiva y simpática. Desde su matrimonio vive en Hendaya. Su marido trabaja en San Juan de Luz. Como sólo he venido a pedir una cita nos despedimos con otra gran sonrisa.
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Moteros. He visto a un grupo de ellos y me he temido que se celebrara la concentración anual de motos antiguas y ruidosas que solemos disfrutar en Hendaya por estas fechas. Inconfundibles con sus cascos del ejército alemán, sus cueros viejos y esas máquinas oscuras, contaminantes y atronadoras. Los días álgidos de la concentración circulan en grupos dando vueltas todo el día por las siempre saturadas y estrechas carreteras hendayesas. Se les ve muy satisfechos, desde luego, pero los hendayeses ya tenemos bastante con el incómodo tráfico habitual como para simpatizar con estos visitantes. En realidad nadie sabe quiénes son, ni de dónde vienen; siempre mantienen ocultos sus rostros tras grandes gafas oscuras y es raro que se bajen de sus máquinas. Al segundo día de su estancia aquí ya está uno más que harto de verlos y, sobre todo, de escucharlos. Pero no, ha sido una falsa alarma. Igual hay suerte y este año se van con la música a otra parte.
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Excelente artículo de Luis Landeira titulado El pensamiento religioso de Ernst Jünger. Transcribo las notas que he tomado:
“En la oración ha de predominar no el ruego, sino el agradecimiento”.
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Moteros. He visto a un grupo de ellos y me he temido que se celebrara la concentración anual de motos antiguas y ruidosas que solemos disfrutar en Hendaya por estas fechas. Inconfundibles con sus cascos del ejército alemán, sus cueros viejos y esas máquinas oscuras, contaminantes y atronadoras. Los días álgidos de la concentración circulan en grupos dando vueltas todo el día por las siempre saturadas y estrechas carreteras hendayesas. Se les ve muy satisfechos, desde luego, pero los hendayeses ya tenemos bastante con el incómodo tráfico habitual como para simpatizar con estos visitantes. En realidad nadie sabe quiénes son, ni de dónde vienen; siempre mantienen ocultos sus rostros tras grandes gafas oscuras y es raro que se bajen de sus máquinas. Al segundo día de su estancia aquí ya está uno más que harto de verlos y, sobre todo, de escucharlos. Pero no, ha sido una falsa alarma. Igual hay suerte y este año se van con la música a otra parte.
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Excelente artículo de Luis Landeira titulado El pensamiento religioso de Ernst Jünger. Transcribo las notas que he tomado:
“En la oración ha de predominar no el ruego, sino el agradecimiento”.
La frontera final sería vivir en Dios en todo momento, con plenitud y sin esfuerzo, en un estado de oración permanente. Como un respirar y suspirar piadosos. (Esta última frase es para mí una excelente definición de la meditación, del zazen.)
Si la oración es hablar al cielo, la meditación es escucharlo.
En la naturaleza, en el cosmos, hay una dimensión divina. Pero lo más importante sigue siendo el Individuo, el gran Solitario, capaz de resistir en las tentaciones difíciles para el espíritu.
El tiempo tomado por anticipado en la embriaguez es un robo que se hace a los dioses.” “Toda toxicomanía lleva escondida una nostalgia: por tanto puede curarse con amor y con grandes ideas, con aventuras, líderes espirituales y religión.”
La heroica vida monástica frente a existencia anestesiada del moderno urbanita.
“Al eremita no le hace falta el opio, le basta el desierto y la continencia.”
“Los cultos no pueden perdurar sis imágenes (una piedra, por ejemplo)”.
“Un ateo en una iglesia no siente la presencia de los dioses, sino la audencia del tiempo.”
Lema cartujo: “Stat Crux, dum volvitur orbis.” (La cruz estable mientras el mundo da vueltas/Cruz constante mientras el mundo cambia)
Si la oración es hablar al cielo, la meditación es escucharlo.
En la naturaleza, en el cosmos, hay una dimensión divina. Pero lo más importante sigue siendo el Individuo, el gran Solitario, capaz de resistir en las tentaciones difíciles para el espíritu.
El tiempo tomado por anticipado en la embriaguez es un robo que se hace a los dioses.” “Toda toxicomanía lleva escondida una nostalgia: por tanto puede curarse con amor y con grandes ideas, con aventuras, líderes espirituales y religión.”
La heroica vida monástica frente a existencia anestesiada del moderno urbanita.
“Al eremita no le hace falta el opio, le basta el desierto y la continencia.”
“Los cultos no pueden perdurar sis imágenes (una piedra, por ejemplo)”.
“Un ateo en una iglesia no siente la presencia de los dioses, sino la audencia del tiempo.”
Lema cartujo: “Stat Crux, dum volvitur orbis.” (La cruz estable mientras el mundo da vueltas/Cruz constante mientras el mundo cambia)
En tablas. Ayer fue uno de esos días que empezó mal y no siguió mejor, hasta que al final quedó en tablas. Tuve que madrugar más de lo habitual para llevar a Mateo al autobús que le lleva al colegio. Pero resultó que no había tal autobús y hubo que esperar, aún de noche, al bus de línea para Bayona. Cuando llegué a casa me pasé hora y media intentando poner en marcha el ordenador. No hubo forma. Afortunadamente no era grave y a la noche ya lo tenía de vuelta y arreglado. La tarde, sin embargo, fue más tranquila.
El chico tampoco tuvo su día pues, además de no tener bus por la mañana tampoco lo tuvo por la tarde para regresar. Una madre se ofreció a ir hasta Hasparren para traer a los chicos. Al llegar con retraso por la mañana descubrió que faltaba uno de los profesores, con el que tenía dos horas seguidas. No termino de acostumbrarme a la facilidad con que algunos docentes se ausentan de su trabajo y, además, no son sustituidos. Luego a los alumnos no les perdonan ni retrasos ni ausencias.
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En el armario de los libros he encontrado hoy La vie des Maîtres, de un inglés llamado Baird T. Spalding. Es una reedición de bolsillo de una obra escrita a principios del siglo pasado. Tiene buena pinta, ya veremos. Veo que hay traducción al castellano.
En una reseña dicen que este libro es “un clásico de la espiritualidad del siglo XX.” El autor describe un viaje que, formando parte de un grupo de once investigadores, realizó a la India, el Tibet y países vecinos, donde mantuvieron contacto con “los grandes maestros de los Himalayas.”
Lo poco que he leído habla mucho de milagros y hechos fantásticos, lo que me recuerda un poco a la saga de Don Juan Maltus, de Carlos Castaneda, pero que a mí no termina de convenderme.
Siempre esa pereza de leer en francés. Pese a que es una traducción casi transparente.
La idea de una mano anónima que pone libros de diversa ralea al alcance de cualquiera me resulta muy sugerente. El caso es que siempre encuentro algo que, por lo menos, me apetece hojear. Casi siempre termino por devolverlo al cabo de un tiempo, y veo que no soy el único. Hoy he visto de nuevo Casi una novela, de Daniel Penac, que devolví hace unas semanas.
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Foto 1: Zumbita, abajo, junto a su madre, que un buen día desapareció.
Foto 2: Sólo tengo una rosa amarilla, mi preferida.
La rosa amarilla ha llegado.
El descuidado jardinero sabe
que a duras penas la merece.
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El gato es un animal enigmático, bello, veleidoso, rebelde, imposible de amaestrar. Increíblemente ágil. Toda persona un poco observadora y sensible se ha preguntado qué puede haber en la mente de un gato, en su sueño o en su vigilia. Los viejos egipcios adoraban a los gatos, los embalsamaban, y tenían su diosa-gata, Bastet. Al contrario que sus primos tigres o leones, un gato puede ser muy feliz en un espacio tan exiguo como el de un piso pequeño, y puede resultarle suficiente la compañía de un amo comprensivo y afectuoso. Esto lo sé por experiencia.
ResponderEliminarLa oración del gato a su dios es el ronroneo al amo en quien confía, y al que demanda caricias.
Los gatos, contrariamente a los perros, son animales solitarios. Yo tengo una pareja, en un piso, y cada uno hace su vida por su lado. Nunca juegan juntos, por ejemplo, aunque a la gata le encanta jugar conmigo (con las varas de plumas y otros juguetes) y me lo reclama varias veces al día. Mis gatos, cuando "se aburren", vienen a mi despacho y suben a mi mesa para que les acaricie (la gata, nerviosa, dos minutos ; el macho se tumba para que le acaricie el vientre durante 10-15 minutos).
ResponderEliminarEs verdad que cada gato tiene su personalidad. Y si son gatos de raza, cada raza tiene además su propio carácter. Los míos son Exotic Shortair, raza que da gatos muy pacíficos y tranquilos, sin ninguna agresividad y muy sibaritas. Mi hija, que es veterinaria, tiene un Oriental (que un cliente suyo encontró en la calle de muy pequeño, perdido y en mal estado y le llevó a la clínica) y que es todo lo contrario: hiperactivo, travieso, juguetón y gran "deportista" (funámulo incluso: sube al canto de las puertas y aunque se muevan no se cae nunca).
Pero todos los gatos saben reclamar lo que necesitan. Con un jardín, imposible que un gato se aburra. Y sobre todo si sale de él (hay gatos a los que no le gusta hacerlo). Un gato se sentiría sólo si estuviera encerrado en un piso muy pequeño y no viera a su amo apenas. Y no hay que olvidar que los gatos duermen 16 horas al día.
En cuanto a los paseos nocturnos de tu gata (cosa normal también, porque los gatos son animales nocturnos) ¿no tiene puesto el chip (la puce électronique), por si se pierde?
Muy interesantes vuestras historias de gatos.
ResponderEliminarLa mía es de raza común y más bien salvaje. Apenas entra en casa, como le enseñó su madre la desaparecida.
Como persigue y caza a los pájaros no me permite tener demasiados mirlos en el jardín. Me tengo que conformar con los que viven en los alrededores. Me encanta escuchar sus largos parlamentos cantados.
Hay otros gatos por aquí que suelen visitarnos, algunos muy dominantes. Lo que peor llevo de los gatos son las peleas. Uno de mis asiduos invitados, Tigretón, vino una vez con una herida en el lomo monstruosa. No sé cómo ha sobrevivido.