Esta mañana, a las 6.30, cuando he llevado a M. al autobús para que llegue al liceo, llovía a cántaros. Bajo las marquesinas de los autobuses ya había adolescentes, con sus mochilas y sus móviles, apretujados para no mojarse. Me pregunto, siempre me lo pregunto cuando los veo a estas horas, qué necesidad hay de obligar a los jóvenes (y a los no tan jóvenes) a darse semejantes madrugones. ¿Acaso el día no tiene suficientes horas? Pero, lo más probable, es que los organizadores de la actividad humana, sedan unos sádicos, y espero que algún día paguen por su crueldad. Además, el autobús ha hecho lo peor que puede hacer un autobús: salir con varios minutos de adelanto. Aún ha tardado una hora larga en amanecer.
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